ACCIONES

Revista Ausart 4(2):

La revista Ausart de la Universidad del País Vasco nos da la oportunidad de proponer las tecnologías blandas como tema de su número 4(2). Bajo el título “Prácticas artísticas, tecnologías blandas y maquinarias sociales” se enmarcan estos artículos de diversos autores y enfoques que tenemos el gusto de presentar aquí. A continuación reproducimos el prólogo que hemos escrito para la versión en papel de Ausart 4(2) en donde aportamos el encuadre del tema y una visión panorámica sobre estos textos.

Ausart 4.2.2016:

Prácticas artísticas, tecnologías blandas y maquinarias sociales

Prólogo: Del arte-vida a la cibernética de la creación de subjetividades atravesadas por las tecnologías blandas

Investigación TECNOBLANDAS (Ideatomics y ColaBoraBora)

Vivimos en un mundo hipertecnologizado, sumergidas en estructuras complejas, estableciendo intrincadas relaciones con otros seres y vinculadas simultáneamente a múltiples contextos.

Hipertecnologizado, no sólo por la cantidad de procesadores, circuitos de transmisión, sensores, aparatos de medición, cámaras, robots, móviles, grabadoras y fuentes de alimentación de los que nos rodeamos, con los que convivimos y con los que formamos un todo; sino también por la cantidad de operaciones que se efectúan entre todas las partes de esta amalgama del nosotros. Operaciones técnicas (sofisticados procedimientos que cada vez tratamos de optimizar más, mejor, más eficientemente), para lograr cohesión, sensibilización, competición, exclusión, priorización, repulsión, coordinación, identificación… entre los distintos elementos de la maquinaria social. Estas operaciones configuran interacciones, comportamientos, organizaciones, comunicaciones, relaciones intangibles a la vez que configuran lo más puramente mecánico, visible y palpable, en un proceso simultáneo de componentes materiales e inmateriales en continua retroalimentación. Técnicas sobre las que reflexionamos a la vez que ajustamos, y somos ajustadas, por esta maquinaria social que nos hemos dado.

Ante tanta complejidad deambulamos por un sistema operativo dotado de “una capa de personalización” en la que dicha complejidad nos viene amortiguada, dulcificada, presentada en “modo simple”. Se trata de un sistema que solo nos muestra una parte, la que nos hace eficaces para el puesto que debemos cubrir, evitándonos la confrontación con todo aquello que nos distraiga de esa tarea. Llamar tecnología únicamente a los aparatos físicos tecnológicos, es la estrategia de focalizar la atención sobre una cosa y desviarla de otra: de toda esa tecnología desarrollada para el control de las mentes, de los afectos, de las relaciones y en definitiva de la vida en común, y que no sólo se encarna en dispositivos físicos sino también en las arquitecturas invisibles de los poderes. Como esas carpetas ocultas que se nos esconden para caer en la tentación de modificar algún archivo en ellas, so pena de poder vivir la excitación y sufrir la desdicha de cargarte la estabilidad del sistema. Como ese inconsciente del aparato psíquico en el que se depositan saberes que deben de quedar ocultos a la propia persona como manera de autoprotección.

Conocer y practicar el código, las funciones y algoritmos del engranaje social, desde la tekné y desde el logos, pareciera para algunos una tarea más propia de las ciencias sociales que del arte. ¿Pero por qué deberían entenderse estas técnicas y conocimientos como menos propios del arte, que saberes sobre anatomía para el dibujo, de procesado de materiales para la escultura o de programación para el arte interactivo?

Hay muchas maneras de entender el arte y la práctica artística y cada una de ellas es reflejo de una manera de entender y estar en el mundo. Cada cual elije ocupar una posición y desde ahí habla. Ocupar una posición es un acto de responsabilidad, así como también lo es explicitar desde dónde hablas, evitando que tu visión se interprete con intenciones universalizadoras, y desenmascarando así cualquier pretensión cercana de hacer lo propio.

Apostar por el arte en su cruce con las tecnologías blandas es ocupar una posición y nombrarla. Identificarla y comunicarla es generar la posibilidad de poder encontrarte con otras personas con inquietudes similares y poder construir una visión entre todas aquellas que se vean ahí, queriendo abrir “esas carpetas ocultas”, esos archivos difíciles de encontrar pero que sabemos afectan de manera determinante al funcionamiento de la máquina.

Este número de la revista Ausart es precisamente esto: una búsqueda de cómplices con quienes construir esta posibilidad: atendiendo a las contribuciones inesperadas, dejando espacio a las perspectivas diversas, y en definitiva complejizando la mirada, porque el cómo dice tanto como el qué.

Abrimos la publicación con un texto del artivista Alex Carrascosa, que aporta el marco histórico del arte del cual esta inquietud por cruzar el arte con las tecnologías blandas es heredera: la coordenada arte-vida. Plantea esta corriente en su doble vertiente: de ampliación del campo artístico con elementos de la vida cotidiana y de aplicación del arte a la construcción de un nuevo modelo social, para terminar proponiendo como obra artística, el propio acto de construcción del organismo social, y poniendo el proceso “U”, como ejemplo de una de las tecnologías sociales de la que valernos para ello.

A su vez Saioa Olmo centra el tema del número aportando la definición de tecnologías blandas, situando dentro de ellas las tecnologías relacionales y extrayendo las mecánicas y estrategias que se dan en cinco proyectos artísticos participativos que operan a modo de dispositivos de interacción. De este modo trata de visualizar estos mecanismos invisibles que orquestan los artistas y por los que nos invitan a transitar.

Óscar Cornago por su parte, hace un análisis crítico del concepto de dispositivo artístico: algo que hacemos, que a la vez nos construye y al que quizás preferiríamos no pertenecer. Para explicarlo recurre a la caja negra de las artes escénica en oposición al cubo blanco expositivo, para hablar de opacidad y transparencia en relación a las operaciones que el artista es capaz de hacer para mostrar o no las tripas de cada uno de esos artefactos, dejándonos en ocasiones ante un espejismo de transparencia acaso más tramposa y sibilina que la opacidad misma. De cualquier manera, el autor pone la función del arte en la expresión poética, más allá del desenmascaramiento de cualquier sistema.

Seguimos después con un par de textos que apelan a las tecnologías blandas a través del medio fotográfico. Garazi Erdaide se centra en cómo se crean imaginarios normativos a través de las tecnologías de la imagen, pone ejemplos de proyectos en los que se denuncia la construcción racializada de los valores de referencia de color de piel y aboga por inventar nuevos métodos visuales, que permitan entrelazar el concepto de “equidad cognitiva” con la reflexión fotográfica. Por su parte Urtzi Canto se pregunta por la posible superación de los límites de la fotografía por intervención de determinados factores dentro del propio proceso fotográfico. Le interesa cómo el artista hace suyo el medio, para convertirse en un modo de trabajo y pasar así de herramienta a elemento constitutivo del mismo.

A continuación contamos con un tres de reflexiones vinculadas con la narratividad. Por un lado Edorta Arana, Libe Mimenza y Bea Narbaiza presentan “Tirabirak”, un proyecto que desde la transmedialidad, recopila y difunde viñetas del conflicto vasco aparecidas en diarios entre 1977 y 2016. Reflexionan sobre las nuevas formas de narración en las que nos vemos inmersas a través de múltiples plataformas y cómo estas nos configuran como usuarias activas y participantes. Por otro lado, Luis Urquieta expone el proyecto interactivo sonoro “Historias en tránsito”, sobre los procesos migratorios y las historias orales de las personas que los sufren, para el cual ha utilizado distintas técnicas blandas de la antropología visual: la entrevista y la foto elicitación. A su vez Andreu Belunces desgrana la narración colaborativa como tecnología blanda, poniendo el énfasis en su aplicación en el terreno del empoderamiento ciudadano. Una interesante perspectiva sobre los poderes de la narración: hacer que prioricemos entre miles de juicios subjetivos, crear patrones de asociaciones, generar expectativas causa-efecto, facilitar respuestas habituales y experiencias memorables, y favorecer la adopción de argumentos.

El contarnos a nosotras mismas enlaza con el siguiente bloque por la vía de contarnos a través del objetos: el coleccionismo. Nerea de Diego presenta la experiencia de coleccionar mediante el proyecto “Foodcultura” del artista Antoni Miralda: un acto de poner en relación, de participar y de hacer comunidad. Una orquestación en la que el artista desplaza parte de su centralidad para convertirse en “un nodo de investigación colectiva, comunidad vírica que se propaga”. A su vez, Izaskun Echevarría se vale de una entrevista con el artista Rafael Tormo sobre su proyecto “Implosió Impugnada 22” en torno al gesto de coleccionar para, más allá del interés de los propios objetos coleccionados, resaltar los actos de recoger, etiquetar, ordenar, patrimonializar… en definitiva presentar el tipo de operaciones que hacemos al vincularnos con las cosas para entender cómo nos relacionamos con el mundo.

En el último bloque nos encontramos tres textos que plantean disquisiciones sobre el potencial transformador del arte. Alberto Salcedo apuesta por la práctica artística como una tecnología blanda capaz de generar dinámicas de diálogo con las instituciones y de contribuir a “revitalizar” la memoria histórica, en concreto, en relación al patrimonio arquitectónico industrial obsolescente del País Vasco. Para ello expone intervenciones artísticas realizadas en distintas ubicaciones con las que pretende llamar la atención sobre dichos espacios, buscando el contacto directo con la ciudadanía. Siguiendo esta línea, Samuel Gallastegui plantea el potencial transformador del juego en relación a las prácticas artísticas. Trata en concreto del juego “emersivo” (de dentro hacia fuera), en contraste con el juego “inmersivo” (de fuera hacia dentro), y comenta el concepto de “pervasividad” (las acciones del juego resultan inseparables de las acciones fuera del juego), así como de “ludificación”, como herramientas blandas aplicables al terreno artístico. Y desde una posición crítica a entender el arte como con capacidad de afectar los contextos en los que acontece a través del uso de las tecnologías blandas, Natalia Vegas defiende un arte inútil en sí mismo, pero con el potencial de convocar cualquier sentido y utilidad”. Una defensa de la representación y de la separación entre arte y vida, como “la barrera necesaria para ser con los demás”.

Finalmente cierra el número Manuel Cebral, con una reflexión en torno a la cibernética proponiendo pasar de la visión de hallarnos inmersos en máquinas sociales típicas de la sociedad disciplinaria, a poner el foco en la sociedad de control y a la indistinción entre lo técnico y lo social, indiferenciando software/hardware en una sola máquina técnico-social acoplada. Que “la cibernética sea también una forma de desear y producir subjetividades en vez de el modo en que ser analizad@s/ubicad@s según nuestro rastro de conectividad”. Una sugerente invitación, que determinadas propuestas artísticas recogen (como los proyectos artísticos presentados en el festival The Influencers 2016) y una vía de exploración artística que seguramente irá a más, por ser la sociedad que nos toca vivir, uno de los contextos que nos afectan y sobre el que nos corresponde interactuar.

A continuación el índice de los artículos del número: